El fenómeno migratorio, en estados y países como los nuestros, ya no puede abordarse como una cuestión excepcional y fortuita. Desairragarse en busca de mejores oportunidades de vida, cuando no de lisa y llana sobrevivencia, es una circunstancia que afecta, de una forma u otra, a un considerable número de familias guanajuatenses y mexicanas.
La realidad económica de nuestras ciudades, pequeñas y grandes, sería aún más complicada de lo que ya se presenta, si no se contara con los inacabables flujos de remesas de dólares, cuyo monto constituye la segunda fuente de ingreso de divisas, sólo superada por el petróleo y por encima del turismo.
Sin embargo, no obstante el peso que tiene en la realidad económica y cultural del estado, la migración hasta ahora se encuentra fuera de la agenda pública del gobierno en Guanajuato.
Apenas con débiles intentos de aprovechar las organizaciones de migrantes, sobre todo con fines delimitados a lo electoral; con sólo una dependencia de tercer nivel para gestionar el tema migratorio, los últimos gobiernos de Guanajuato siguen sin entender que estamos a punto de convertirnos en una entidad crecientemente bicultural, con las ventajas y desventajas que eso pueda traer.
En la práctica ha sido más bien coyuntural y cíclica la presencia del tema migratorio en las políticas públicas del estado: un programa incipiente como el de “bienvenido paisano” ni siquiera ha logrado evitar el expolio a que son sometidos en aeropuertos y puestos fronterizos los migrantes que regresan a sus casas.
La visión que se tiene sobre la migración es insuficiente para atender fenómenos como el de la proliferación de adicciones que se ha generado en muchas comunidades al influjo de los hábitos adquiridos en la experiencia migrante; el crecimiento de contagios de SIDA, otro ejemplo, se vio asociado también a esta circunstancia que forma parte ya de la cotidianidad de Guanajuato.
Un proceso de esta naturaleza, consistente en movimientos de población originados por razones económicas, que se van consolidando como flujos permanentes y crecientes, no tiene ninguna posibilidad de ser frenado o administrado por las entidades públicas.
Sin embargo, lo que si puede hacerse es que sea el gobierno quien modifique sus esquemas e, incluso, sus estructuras formales, para adaptarse a una realidad que impacta capas superficiales y profundas de nuestra convivencia como sociedad organizada.
Mientras no se entienda el contexto completo, algunas de las particularidades de esta extensa dinámica, como las lamentables desapariciones forzadas de ciudadanos guanajuatenses que se dirigían a los Estados Unidos, secuestrados en carreteras de Tamaulipas y buscados ahora entre los cientos de cadáveres encontrados en fosas clandestinas de esa entidad, difícilmente podrán ser enfrentadas.
Así como se busca combatir la inseguridad para ofrecer mejores condiciones a los capitales extranjeros que buscan asentarse en nuestra entidad, o para evitar la caída del turismo, así también deberían generarse mecanismos de involucramiento del gobierno estatal con las instancias federales y con otros estados del país, para generar rutas seguras para el traslado de personas.
Desde luego, antes que nada, tendríamos que abordar el tema migratorio frente a los Estados Unidos como uno de nuestras mayores prioridades. Resulta ofensivo observar como el gobierno mexicano se ha sometido a los ordenamientos estratégicos de los norteamericanos para combatir el narcotráfico en nuestro territorio, sin haber mostrado la misma reciedumbre en buscar mejores acuerdos de intercambio laboral entre ambos países.
El tema migratorio nos toma con la guardia baja en otros aspectos, como el del trato que reciben en México de parte de las propias autoridades, los migrantes centroamericanos de paso hacia los Estados Unidos y el hecho de que su explotación por bandas criminales bien organizadas, a menudo cuente con la complicidad de las policías mexicanas.
El Apocalipsis que se cierne hoy sobre el noreste de México y que cubre con una ominosa sombra todo el territorio nacional, no surgió de la nada, sino que se construyó minuciosamente a través de décadas de descuido, negligencia, corrupción e improvisación de un Estado incapacitado para entender como cambia la realidad de su entorno y cuya única y constante respuesta ha sido el “no pasa nada.”
Ya se ve que sí pasó.
Botepronto
Sacudido ya por los escándalos de corrupción que han surgido en este gobierno, en su carácter de ex secretario de la Gestión Pública, Miguel Márquez Márquez no puede descuidar el tema de la atención a los migrantes de Guanajuato, y, principalmente, el caso de los desaparecidos en las últimas semanas.
De la Secretaría de Desarrollo Social, de la que es titular el también aspirante a la candidatura al gobierno estatal, depende la dirección de asuntos migratorios, que maneja Susana Guerra con eficiencia, pese a los escasos recursos con que cuenta.
Quizá por eso, Márquez convocó a dos reuniones la semana anterior a las vacaciones, a las que citó a todas las dependencias que podrían estar vinculadas al tema y dejó guardias en el feriado. Ahora falta que esa preocupación coyuntural se convierta en política permanente.