Un candidato repetidor, desprestigiado y exhausto como Héctor López Santillana le quitará votos a Diego Sinhue y a Ricardo Anaya.

El partido hegemónico de Guanajuato vive horas inciertas. Al igual que la oposición casi desaparecida que lo enfrenta, no encuentra un candidato viable para la alcaldía de la principal ciudad del estado, donde se ubica la tercera parte del electorado estatal.

El alcalde en funciones, Héctor López Santillana, vive una profunda crisis de desprestigio por los malos resultados de su administración. No funcionan sus hombres de confianza, rebasados por la velocidad con la que se deben tomar decisiones en un municipio que ya se acerca a los dos millones de habitantes.

Ahí han naufragado los López Gómez, los Camacho, los Alfaro, los Sosa, los León y los de la Parra. Si bien en la Secretaría de Desarrollo Económico no brillaban por su inteligencia, por lo menos quedaban a resguardo por los buenos resultados del encubierto cazador de cabezas que es Manuel Fernández Ruiz y por el prestigio del propio López Santillana.

Las cosas están en tales niveles que la única posibilidad para que Santillana haga valer su derecho a la reelección pasa porque acepte una intervención en su equipo, retire a sus deficientes colaboradores y adquiera sangre nueva.

Se ve difícil porque el ex ejecutivo zapatero no sabe renovar equipos. Peleó con Daniel Campos en Desarrollo Social hasta que lo echó fuera; ya se deshizo de Jorge Marumoto y recurrió a su viejo conocido Omar Silva en la nueva área de innovación; trae un pleito casado con el tesorero Gilberto Enríquez, gente de Luis Ernesto Ayala.

Sin embargo, la alternativa para mantener un control político en León de parte del aspirante panista Diego Sinhue Rodríguez, la diputada Alejandra Gutiérrez, no cuaja por su bajo nivel de conocimiento entre el electorado leonés.

Y la amenaza que se cierne es la del siempre disruptivo Ricardo Sheffield Padilla, al que ni Rodríguez Vallejo ni Márquez quieren en la boleta ni por equivocación.

La crisis habla de la incapacidad del PAN para construir una nueva generación política y del agotamiento de su cantera de cuadros, desgastada por el chambismo rastrero de la mayor parte de las bases panistas y la incapacidad para cooptar nuevos protagonistas desde la sociedad civil.

Los últimos fichajes del panismo entre el empresariado son deplorables: Juan Carlos Muñoz, Beatriz Yamamoto y Elizabeth Vargas aprendieron rápidamente el vicio del chapulineo y se han paseado por las nóminas oficiales sin aportar nada y convirtiéndose rápidamente en personajes acomodaticios, cuando no escandalosos como el caso del empresario transportista, que en algún momento pretendió buscar la alcaldía y que hoy ya se limita a vegetar como legislador.

La suerte del PAN, reconocido por los propios ideólogos de ese partido, es que no les ha crecido una oposición, lo que no representa ningún consuelo, pues cada vez hacen gobiernos más limitados y mediocres, como lo hacía el PRI de los años setentas y ochentas del siglo pasado.

El problema es que en 2018 el PAN requiere votos, más que nunca, para aportarlos a la coalición frentista que lleva como abanderado a Ricardo Anaya. Guanajuato ha sido un granero de sufragio panista en el pasado, pero como van las cosas parece que los suelos nutricios donde crecía la fidelidad ciudadana a ese partido se han agotado.

Un candidato repetidor, desprestigiado y exhausto como Héctor López Santillana le quitará votos a Diego Sinhue y a Ricardo Anaya. El primero aún lo puede soportar con la reserva de voto rural que, quien lo dijera, es hoy el seguro del vida panista. El segundo, muy probablemente, pagará las consecuencias de la decisión drásticamente.