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Miguel Márquez, el dilema sucesorio

In Botepronto on mayo 16, 2016 at 3:04 am

A diferencia del PRI, los panistas han decidido aquí sus candidatos a la gubernatura y el peso del gobernador saliente ha influido para bien o para mal; hoy es el turno de Márquez.

En los 25 años de ejercicio del poder a nivel estatal, el Partido Acción Nacional y sus gobernadores han visto de todo al momento de manejar su propia sucesión.

A diferencia de la cultura priista, donde la institución del dedazo presidencial dejaba sin oportunidad a los mandatarios salientes, so riesgo de enfrentar el peso del gobierno federal como le pasó a Luis Ducoing en menor medida y a Enrique Velasco Ibarra con toda crudeza, los panistas se han enfrentado a un manejo local del problema sucesorio.

Carlos Medina Plascencia, cobijado por el poder presidencial de Carlos Salinas, retrasó lo más posible la convocatoria a elecciones extraordinarias en lo que resultó un evidente boicot a la candidatura de Vicente Fox. No lo logró, con la llegada de Ernesto Zedillo al poder se desdibujó la alianza priista de Medina y fue inevitable el retorno de Fox no solo a la gubernatura, sino a una incontenible carrera presidencial.

Medina, perdió su sucesión no por mala suerte o por equivocación, sino flagrantemente por una traición que los panistas parecen haberle perdonado ya, ante la propia traición foxista de 2012.

Vicente Fox, en alianza con los radicales del Yunque, vio con beneplácito la candidatura de Juan Carlos Romero Hicks. Ya poco le importaba lo que pasara en Guanajuato, pero cedió los bártulos a Elías Villegas y Juan Manuel Oliva para ungir al rector universitario en contra del independentismo de Eliseo Martínez Pérez.

Fox ganó su sucesión, más por desidia que por decisión; aunque en un apartado de esa historio, su interino, Ramón Martín Huerta, fue el derrotado con el triunfo de romerista.

A su vez, Juan Carlos Romero decidió no apoyar a Juan Manuel Oliva, más por prejuicios seudointelectuales y hasta sociales que por otras causas. Ni siquiera su pertenencia a la ultraderecha histórica los unió. Reacio a respaldar el proyecto foxista de Javier Usabiaga, el exrector lanzó de última hora a Luis Ernesto Ayala en una aventura destinada al fracaso.

Romero perdió su sucesión por soberbia y por diletantismo político. Pese a eso, Oliva gobernador lo volvió a apoyar para ser senador de la República y de nuevo le devolvió el favor con ingratitudes. Dicen que hoy ni siquiera lo recibe en su despacho.

Juan Manuel Oliva vio su ánimo dividido entre sus viejas lealtades yunquistas, que le hacían favorecer a Gerardo Mosqueda, inventado como Secretario de Gobierno de la nada; y Miguel Márquez, su discípulo al que creía poder influir. Las conspiraciones palaciegas entre ambos contendientes terminaron con la salida de Mosqueda del gobierno y la consolidación de la candidatura de Márquez, en alianza con Fernando Torres Graciano y Juana de la Cruz Martínez.

Oliva ganó su relevo, pero dividió ese triunfo con sus más cercanos colaboradores, lo que le facilitó a Márquez liberarse de su férula e iniciar un gobierno con sus propias alianzas; como la de Carlos Medina, reflejada en la inclusión de Juan Ignacio Martín en la tesorería del estado.

Hoy, Miguel Márquez enfrenta su propio dilema. A estas alturas no parece haber decidido la ruta: por una parte trata de conservar la relación con Fernando Torres Graciano en un equilibrio que no lo aliente ni lo vete; por otra, trata de propiciar el crecimiento de sus propias opciones.

Sin embargo, Éctor Jaime Ramírez Barba y Diego Sinhue Rodríguez no despegan como prospectos firmes. A menudo se obstaculizan entre sí, sobre todo por ocupar el segundo la posición que detentó el primero en el arranque del sexenio. Compiten por la atención de Márquez y, de paso, se llevan entre los pies las funciones sustantivas que les están encargadas. Saben que dependen de un dedazo, si es que Márquez consigue negociar la designación desde el CEN, lo que hace más encarnizada su competencia.

Sin embargo, ni siquiera ellos están seguros en el caso de una designación, Márquez ya sorprendió a todos cuando trajo de regreso a Héctor López Santillana como candidato a la alcaldía de León, el año pasado, en un jaloneo que no tuvo precedentes y que propició el aplacamiento de los dos candidatos marquistas, los mismos que hoy aspiran a la gubernatura.

Torres Graciano, por su parte, apuesta a la elección y trabaja la vieja estructura del partido que conoce bien, además de que mantiene una alianza firme con Juan Manuel Oliva y con el dirigente del partido, Humberto Andrade Quezada. En ese sentido, la depuración del padrón, seguramente le beneficiará. Sabe que nunca será el candidato de Márquez, pero también se muestra dispuesto a pactar con él. Sin embargo, no crece en el exterior del partido y su función como senador pasa desapercibida.

Ante esos dilemas, Márquez aún no toma decisiones. Ni se decanta por un delfín, ni rompe con el que no desea. Elección o designación, serán temas a discutir con Ricardo Anaya con quien el mandatario mantiene un diálogo fluido pero que también se ve contaminado por el tema de la carrera presidencial.

Los que vienen serán meses intensos y sembrados de momentos delicados. Hay en juego muchas cosas, pero sobre todo una: la conclusión ordenada del gobierno marquista en un momento en que la entidad es foco de atención no solo nacional, sino también global.

Además, está de por medio lo que opinen los panistas que, aunque sumisos y todo, no dejan de constituir una de las militancias más exitosas a nivel nacional, si se habla de resultados. Para tener un resultado aceptable, el gobernador no debe dar vueltas de más a las tuercas partidistas.

Ese es el peso que Miguel Márquez carga sobre sus hombres: no se trata solo de que le vaya bien a él, sino de equilibrar sus días futuros con la tranquilidad del estado y la viabilidad del sucesor. Es, como bien se sabe, la suerte más difícil de todas: el remate de la faena.

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