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Villasana: ¿un presidente de adorno?

In Botepronto on marzo 19, 2015 at 3:49 am

Ser o no ser: el dilema del hombre que aceptó cerrar la administración de Bárbara Botello y ocupar un cargo que es un honor, pero también un riesgo.

Desconozco cual haya sido la idea del doctor Octavio Villasana  Delfín al aceptar la presidencia municipal interina de León, en medio de una confrontación en el Cabildo que lastraría cualquier intento, tanto de cambiar como de mantener el equilibrio en que se sostuvo Bárbara Botello.

Si Villasana tiene intuición política, algo que debía esperarse de un militante priista de décadas, con una destacada participación en lides electorales y gubernamentales, tendría que haber sido consciente de que recibía una verdadera bomba de tiempo.

Mantener los acuerdos políticos, las complicidades y hasta las confrontaciones de Botello es algo para lo que no está equipado él y probablemente nadie, dado el carácter singular y el hiperactivismo de la alcaldesa con licencia.

Mantener un status quo o proponer un cambio que guarde equilibrios es una tarea ardua que requeriría tres elementos: dedicación extrema, mano izquierda y tiempo. Villasana tiene el segundo, pero carece del primero y del tercero.

La dedicación no puede existir cuando el alcalde interino aceptó mantener el equipo en las mismas condiciones que lo recibió: él puede poner empeño, pero sus colaboradores no le responden al 100 por ciento.

Como, además, Bárbara Botello sigue acordando con funcionarios como Roberto Pesquera, Salvador Ramírez, Otto Portugal y Óscar Pons, la atención de estos se encuentra dividida entre dos lealtades.

La falta de dedicación se pone en evidencia también en la dificultad para llamar la atención de los funcionarios distraídos por quedar bien con su jefa política, incluso de llegar al extremo de cesar a alguno para ejemplo de los demás.

Si Villasana ni siquiera puede controlar la agenda de quienes teóricamente son sus principales colaboradores, pero que en realidad obedecen a otros intereses, menos aún podrá enderezar los renglones torcidos de la administración, de los que se volverá cómplice por encubrimiento.

Además, Villasana buen doctor y buen cirujano, carece de tiempo, algo que le obligaría a intervenciones apresuradas que tampoco parecen ir de acuerdo ni con su ánimo ni con sus prioridades políticas en este momento.

Se ha dicho mucho que una administración doblemente escindida; entre grupos de ediles y entre dos cabezas visibles al mando, necesariamente entregará malas cuentas como respaldo a la campaña de José Ángel Córdova.

Villasana no podrá convertir la lastrada presidencia barbarista, inmersa en conflictos de corrupción y de popularidad, en la maquinaria aceitada que puede revertir las tendencias y sumarle puntos al candidato Verde-PRI-PANAL.

Pero tampoco la operación electoral ilegal desde los programas de gobierno, esa que realizan por igual priistas que panistas y perredistas, será la mejor a causa de la descoordinación generada por los conflictos internos.

Sin embargo, todo eso no debería ser lo más preocupante para Octavio Villasana. Al final de cuentas ser alcalde de León es un honor para cualquier político y lo que ocurra antes o después, puede llegar a ser secundario.

Lo verdaderamente importante es la imagen con la que el profesionista será recordado por el ejercicio de la responsabilidad que aceptó. Para un profesionista eminente y reconocido socialmente, un honor público puede ser un añadido importante a una carrera de servicio.

Pero si no está a la altura y solo se le recuerda por haberse convertido en un hombre de paja, el daño no se limitará al tema público. Ese es el riesgo que corre Villasana si no asume cabalmente la responsabilidad de ser el alcalde de León de tiempo completo y en forma cabal.

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