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Peña Nieto, el gran elector… en Acción Nacional

In Botepronto, sinembargo.mx on febrero 6, 2014 at 3:24 am

El regreso del PRI al poder parece estar superando todos los pronósticos. Hay terrenos donde la restauración no solo ha reeditado los tiempos del presidencialismo avasallante, sino que incluso los ha superado. Uno de ellos es el sistema de partidos.

El primer paso fue la construcción del Pacto por México, el cual no derivó de una demanda de las oposiciones, sino de una audaz estrategia del candidato electo, cuyo margen de triunfo no parecía forzarlo a la toma de acuerdos para generar gobernabilidad, lo que le hizo verse doblemente generoso.

Además, las principales fuerzas derrotados en la contienda de julio de 2012, la izquierda coaligada y el PAN, se dirigían a un proceso de convulsiones internas por las tensiones acumuladas, en el primer caso para procesar la alianza en torno a Andrés Manuel López Obrador; mientras que en el segundo, por los efectos de la pérdida del poder presidencial tras doce años de ejercerlo y la caída hasta el tercer lugar en la elección.

En ese contexto, la oferta de concretar acuerdos políticos sumando planteamientos del PAN y las izquierdas no sirvió únicamente para facilitar la construcción de una agenda expeditiva de reformas , sino que también se convirtió en una palanca para salvar a las dirigencias partidistas del ajuste de cuentas por la derrota.

Hasta ahí parece explicable lo que pasó y cae dentro de la lógica pragmática del poder. El Pacto de Peña Nieto le allanó meses de difíciles negociaciones y entrampamiento, mientras que a Jesús Zambrano y a Gustavo Madero les proporcionó una balsa para transitar las tempestades postelectorales y les permitió situarse por encima de sus bancadas parlamentarias, desde donde los acechaban grupos opositores internos.

Las cosas, sin embargo, parecen haber ido más allá, como se refleja sobre todo en el caso del PAN, ahora que se vive la coyuntura del relevo en su presidencia, donde Gustavo Madero tiene la posibilidad estatutaria y la intención plena de reelegirse.

El apoyo que significó la alianza forjada dentro del Pacto por México, particularmente en el tema de la reforma energética, donde el PAN sacó las castañas del fuego logrando los cambios constitucionales que Peña Nieto buscaba pero que su partido no podía impulsar por razones históricas, se ha trasladado ahora al ámbito de la sucesión panista.

Madero es el socio más confiable que el gobierno peñista tiene en las Cámaras, ahora que la izquierda vive el trance de una división profunda, donde la crisis obliga a radicalizaciones incluso de los actores más moderados, como es el caso del actual dirigente Jesús Zambrano. Si el apoyo a las políticas del gobierno priista continuara desde el PRD, la sangría de militantes hacia Morena dejaría a este partido convertido en algo peor que el viejo PPS de los años sesentas y setentas del siglo XX.

En cambio en el PAN, el respaldo a reformas agresivas como el de la privatización de la industria petrolera no son un factor de discordia, pues encuentra eco en todas las fracciones, sin embargo, ha sido la de Madero la que mejor ha capitalizado los acuerdos.

En la cámara de Diputados, donde el control de Luis Alberto Villarreal se ha consolidado en buena medida por el respaldo político de Manlio Fabio Beltrones, el maderismo tiene la llave de la continuidad de los acuerdos parlamentarios. De allí la manga ancha con la que puede proceder el coordinador panista, incluso en asuntos tan turbios como el del tráfico de partidas presupuestales a municipios y estados, con el respectivo cobro de comisiones.

Pero ahora las cosas van más allá. Madero, por ejemplo, no parece ser ajeno a la espada de Damocles que pende sobre uno de los aspirantes a sucederlo, el ex gobernador de Guanajuato Juan Manuel Oliva, quien ha sido demandado en su estado por los legisladores locales del PRI, en una denuncia de corrupción ante la PGR que puede prosperar de muchas maneras.

Oliva utilizó varios miles de millones de pesos de fondos federales en por lo menos tres proyectos fuertemente cuestionados: la Expo Bicentenario en Silao, la liberación de derechos de vía de un tren estatal que nunca arrancó y la compra de casi mil hectáreas de terrenos agrícolas de alta productividad para competir por el establecimiento de una refinería que finalmente fue asignada al estado de Hidalgo.

Por tratarse de fondos federales, autorizados por el gobierno de Felipe Calderón, la revisión compete a la Auditoría Superior de la Federación. Así, aún cuando a nivel local se ha exonerado de toda responsabilidad al ex mandatario, sobre todo por la existencia de compras de terrenos a precios exorbitantes y obras fuera de control, persiste la posibilidad de una investigación federal.

Con eso han jugado los denunciantes del PRI, que aceleran y frenan la investigación seguramente bajo consigna desde las altas esferas federales. Se trata de un juego del gato y el ratón que necesariamente debe obedecer a una lógica política.

Oliva ha asumido un papel importante en la elección panista: por una parte su activismo electoral, ejercido desde que era gobernador y después como secretario de elecciones del CEN panista, le da un amplio contacto con las militancias de varias entidades, que podría complementar a candidatos de élite como Ernesto Cordero o Josefina Vázquez Mota.

Por otra parte, un posible entendimiento de Oliva con Madero, así fuese incluso en secreto, podría mantenerlo en la contienda como un tercero en discordia que dividiría a los antimaderistas y le daría al actual presidente margen de maniobra y credibilidad en la etapa postelectoral, evitando una posible fractura. No sería remoto que en un escenario así, el guanajuatense pudiera aparecer al lado de Madero una vez que concluya la elección.

Es allí donde aparecen las cartas del gobierno priista de Enrique Peña Nieto para aumentar o disminuir la presión sobre Oliva con las investigaciones sobre su pasado, en la medida que convenga o no a Madero.

Ese parece ser el ajedrez de la  nueva composición dela  partidocracia mexicana, donde el gran elector que siempre ha sido el jefe del Ejecutivo Federal para el PRI, parece extender su influencia, como en los mejores tiempos del presidencialismo mexicano del siglo XX, también a sus opositores.

La recuperación, más rápida de lo pensado incluso por los más optimistas nostálgicos del parque jurásico priista, ocurre en buena medida por la creciente debilidad del sistema de partidos en México.

Todo un contrasentido digno de estudios profundos: parece que la democracia, así sea muy elemental, es el mayor veneno para las instituciones políticas en este país, de cualquier signo. Ese es el verdadero triunfo cultural del PRI.

  1. Arnoldo, buen análisis. Si, la democracia es veneno para los partidos mexicanos de oposicion, y el autoritarismo vertical del priismo se impone. Sin duda la corrupción es signo ominoso de nuestros políticos de casi cualquier facción, con niveles estratosfericos en el priismo pero ellos no se acusan ni rasgan las vestiduras: sólo roban, callan y protegen. Pienso que los diferencia la concepción y ejercicio del poder: simbolismo y pragmatismo maquiavélico; los otros quedan entrampados en los caños por los que ellos transitan como en su reino.

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