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Peña Nieto vs. Elba Esther: la guerra que no fue

In Botepronto on diciembre 20, 2012 at 8:21 am

En medio de jaloneos declarativos y legislativos que empiezan a mellar el Pacto por México, la reforma educativa de Enrique Peña Nieto, consistente sobre todo en la instauración de mecanismos para controlar la discrecionalidad del SNTE en la contratación y promoción de plazas magisteriales, dio sus primeros pasos.

Las especulaciones en torno al fin inminente del cacicazgo de Elba Esther Gordillo al frente del poderoso sindicato magisterial, por ende de su carácter de factótum en la vida pública nacional, han estado a la orden del día. Sin embargo, las cosas no parecen ir en ese sentido.

La verdad aparece con nitidez si se observa con detenimiento la táctica seguida por el presidente priista en los días previos a su llegada al poder y en sus primeras decisiones ya al frente de la jefatura del Poder Ejecutivo.

El arma más contundente en manos del Estado Mexicano, dentro de la ley, para frenar el poder fáctico de los grandes sindicatos, se la otorgó la reforma al estatuto laboral que se discutió y aprobó en los últimos días del sexenio de Felipe Calderón, pero ya plenamente operada por los estrategas de Peña Nieto.

La posibilidad de nulificar el extraordinario poder económico y el control político que ejercen líderes sindicales como Elba Esther Gordillo o Carlos Romero Deschamps, se encontraba precisamente en los puntos de la reforma que fueron rechazados por el PRI: la transparencia de la economía de los sindicatos y la garantía de democracia interna.

Quizá la mayor fortaleza de Gordillo, sin la cual ni siquiera sus habilidades políticas contarían, proviene de la enorme riqueza acumulada mediante el manejo no sólo discrecional, sino totalmente oscuro, de las aportaciones de sus millones de agremiados.

Las cuotas sindicales ni siquiera son recabadas en las tesorerías de los estados del país que teóricamente son los patrones de los maestros, sino que emergen directamente de las arcas federales a las cuentas personales de una fundación presidida por la maestra Gordillo.

Desde allí se manejan las asignaciones, los presupuestos, los proyectos especiales y todo tipo de recompensas a la estructura de mando del sindicato en una pirámide que envidiarían las organizaciones más autoritarias de la historia.

Con ese poder intacto, gracias a los titubeos del priismo que regresa con Peña Nieto o quizá a causa de pactos secretos para ir graduando el proceso, no puede creerse que haya una intención de fondo para acotar la influencia del SNTE y de Gordillo en el nuevo proyecto educativo.

Como ya empezó a verse, el sindicato y su brazo político, el PANAL, ha empezado a moverse para obstaculizar, en una desgastante guerra de guerrillas, cualquier intento de desplazarlos como factor de decisión en la política educativa del país.

Al haberse resistido, por cálculo o por impotencia, a soltar la bomba de neutrones que podría haber significado una reforma laboral que atacara de lleno los anacronismos y las inequidades mediante los cuales sobreviven los cacicazgos sindicales, el presidente Enrique Peña Nieto y su secretario de Educación, Emilio Chuayffet, han escogido la vía más tortuosa de pelear palmo a palmo la instauración de medidas y su instrumentación para mejorar la calidad de la educación.

En la medida de que muchas de las asignaturas necesarias para lograr los objetivos de la reforma educativa significan recortes a los privilegios sindicales, el nuevo gobierno entrará en una especie de guerra de Vietnam, con todo el desgaste que ello implica y las grandes posibilidades de un empantanamiento definitivo.

Si una reforma que en el papel parece mucho menos compleja de lo que podrán ser la energética o la fiscal definitiva, logra atorar el espíritu de cambio con el que Peña Nieto quiere iniciar su mandato, el mensaje podría ser fatal.

La responsabilidad, sin embargo, no puede ser atribuida únicamente a la complejidad de los obstáculos o a la resistencia al cambio. En primerísimo lugar, lo que pueda ocurrir en los próximos meses tiene su origen en la estrategia elegida por un  priismo que parece tener en su código genético una proclividad a la componenda y a la mediatización en todo lo que emprende.

El PRI de hoy, como el PRI de siempre, le sigue enmendando la plana a Lenin, quien pedía para las transformaciones de fondo una táctica de “un paso adelante, dos pasos atrás”. Aquí, se hacen grandes aspavientos, para quedar siempre en el mismo lugar.

arnoldocuellar@zonafranca.mx

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@Arnoldo60

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