Por lo menos las cuatro principales ciudades de Guanajuato, en población y actividad económica; varias conurbaciones de ellas; y la capital del estado, ostentan hoy gobiernos que nada tienen que ver con el grupo de poder panista que fue hegemónico durante la década pasada.
El grupo político que combinó la capacidad operativa de un Juan Manuel Oliva, el control ideológico del Yunque y las ambiciones de grupos emergentes locales, prácticamente ha desaparecido en el arranque de las nuevas administraciones municipales.
En León gobierna la priista Bárbara Botello y constituye una punta de lanza del regreso de ese partido a la competencia política en toda regla.
En Celaya gobierna un empresario de extracción ciudadana, Ismael Pérez, que, para tener éxito, deberá erradicar todo lo que huela a panismo-yunquismo en su gestión.
Salamanca e Irapuato son conducidos por dos jovenes que se afilian a la disidencia histórica del panismo que batalló sin éxito contra Juan Manuel Oliva en 2006 y 2012: Justino Arriaga Rojas y Sixto Zetina. Allí hay otra plataforma para un proyecto político distinto dentro del PAN.
El PRI gobierna también Guanajuato capital y las importantes urbanizaciones de Silao y San Francisco del Rincón, que conforman la zona metropolitana de León.
Ante este escenario, resulta inevitable pensar que la política de Guanajuato sufrirá cambios drásticos en los años que se vienen.
Se combina con este panorama variopinto que luce irreversible, la actitud de un Miguel Márquez que de ninguna manera parece querer ser el último samurai del PAN y que manda señales de que lo único que desea es intentar hacer un buen gobierno.
Quién lo dijera, parece que la verdadera transición a la pluralidad en Guanajuato no llegó de la mano de una competencia feroz entre opciones ideológicas, sino derivada del desgaste y el desprestigio del panismo y la desarticulación del priismo.
No son malas noticias. La cancha parece estar despejada para que crezca el papel de los ciudadanos.
arnoldocuellar@zonafranca.mx
@Arnoldo60