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El caso Moreira pinta al PRI de cuerpo entero

In Análisis Político on noviembre 9, 2011 at 3:24 am

Reforzado por el hartazgo de los mexicanos con la espiral de violencia, así como a causa del desteñimiento panista en el ejercicio del poder, que ha convertido a este partido en una de esas segundas partes que nunca son buenas, el PRI se prepara para volver por sus fueros y retomar el gobierno de la república.

Hasta hace no mucho, el emblema visible de esta restauración se centraba en el mediáticamente carismático gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, quien dejó el poder recientemente.

A fuerza de imagen personal, de la inversión de cantidades ingentes de dinero y de alianzas con los grandes barones de los medios, el gobernador Peña Nieto logró posicionar la idea de un priismo renovado, moderno, incluso esperanzador.

Sin embargo, aunque los resultados en materia de popularidad constituyen un fenómeno inédito en los años recientes en México, poco a poco empezaron a emerger las debilidades del prospecto presidencial priista.

La primera de ellas fue su escasa vocación democrática y, precisamente, modernizadora. En el Edomex la política se resolvió como en los viejos tiempos del profesor Carlos Hank: con dinero y más dinero; con autoritarismo y más autoritarismo; con maquinaria política operada desde el estado y con acarreos.

En su gobierno, aunque los priistas de todo el país volteen a verlo con admiración, lo cierto es que Peña Nieto no mostró ningún talante reformador. El manejo de su Congreso , de su Tribunal de Justicia y de su procuraduría, fueron como en los viejos tiempos: adiós división de poderes, adiós autonomía del ministerio público.

El manejo de la sucesión en el estado fue reconocida por los priistas como una muestra de pulcritud, por el hecho de que Enrique Peña no designó al cercano Alfredo del Mazo, sino al distante Eruviel Ávila. Lo cierto es que fue un acierto táctico, pero no estratégico: al final del día, el que eligió fue Peña Nieto, no el priismo mexiquense, es decir, de vuelta a las viejas prácticas del dedazo unipersonal.

Como factótum del futurismo priista, el mandatario participó en las negociaciones para que arribara a la dirigencia priista su colega coahuilense Humberto Moreira. Se habla de un acuerdo también táctico, para lograr el beneplácito de Elba Esther Gordillo para una alianza electoral con su partido, Nueva Alianza, en el 2012.

Peña Nieto y sus asesores evidenciaron su instinto de poder, pero de nuevo carecieron de visión estratégica: a nadie se le ocurrió investigar la verdadera situación política de Moreira en su estado, más allá del aparente control que ostentaba y una popularidad que ahora se revela sumamente artificial.

Al optar por un político provinciano, únicamente por una perspectiva coyuntural, el entorno de Peña se reveló huérfano en materia de inteligencia estratégica y ayuno de información de primera mano para una decisión política que iba a ser fundamental en los procesos interno y constitucional, dos pasos sin los que no se puede arribar a la meta presidencial.

A menos que los estrategas del político mexiquense ya se vean sentados en Los Pinos y consideren todo lo demás como un trámite, la primera decisión política de peso del nuevo Rey Sol del priismo,  no fue ni de lejos un gesto de estadista, sino una improvisación carente de cálculo.

Sin embargo, a ese error le han seguido otros en cadena. Conforme se fueron revelando los diversos contenidos en el drenaje profundo del palacio de gobierno de Saltillo, Peña Nieto decidió dejar la tarea completa del  descargo al presidente de su partido, quien inició una conducta errática, con verdades a medias y mentiras completas, que lo colocó en el peor de los mundos posibles y lo inhabilitó como factor político.

Pareciera que los barones priistas (Enrique Peña Nieto, Manlio Fabio Beltrones, Emilio Gamboa Patrón) sopesaron que el daño a Moreira no significaba daño al PRI; o bien, que la ventaja otorgada por las encuestas es tan amplia que podría resistir el desgaste.

Podrían, más allá de sus valoraciones, estar cometiendo un grave error, no solo porque las mediciones de este momento no son las que prevalecerán en la campaña y en las vísperas de la elección, sino por el hecho de que el desprestigio de Moreira puede convertirse en desprestigio del PRI en su conjunto como opción de cambio.

Al día de hoy y tras más de cinco meses de polémica por los saldos negativos del gobierno de Moreira, la cúpula priista aún no sabe o no ha podido definir lo que va a hacer. Por una parte, el dirigente abre la posibilidad de retirarse de su cargo en febrero, cuando fue electo por un periodo de 4 años; por otra parte, los rumores al interior del propio PRI lo defenestran semana tras semana.

Al final lo único que queda claro es que Enrique Peña Nieto, quien para todos los efectos ya ha tomado posesión en el ánimo de los priistas como su única opción de candidatura, no se hace cargo de la suerte del instrumento partidista que es su único vehículo para arribar a la presidencia.

Así, entre la sensación de que los priistas siguen siendo tramposos e inmorales y que usan los bienes públicos como patrimonio personal (Humberto Moreira); la impresión de que su regreso a la presidencia no forma parte de un plan para buscar el bien del país, sino sólo el  de ellos mismos; y la clara percepción de que su nuevo líder (Enrique Peña Nieto) no parece un político resuelto cuando hay que ir más allá de los reflectores mediáticos, el PRI empieza a enredar el panorama promisorio que hasta el día de hoy le otorgan las mediciones y sondeos de opinión.

La sombra de Roberto Madrazo comienza a aparecer en el horizonte.

Botepronto

El sacrificio de Georgina Morfín en la dirección de Desarrollo Urbano del municipio de León ocurrió tras una negociación que persiguió un único objetivo: evitar cualquier  profundización en las investigaciones sobre el otorgamiento de un permiso al Casino Grand de la ciudad cuerera.

De haber continuado el periplo del contralor José Cruz  Hernández, por más que se esforzara en cubrir a la administración sheffielista, habría salido a relucir la responsabilidad del ex director de Verificación Normativa, Bruno Fajardo, un político cercano a la ex secretaria del ayuntamiento y precandidata a la alcaldía, Mayra Enríquez.

Morfín aprobó un uso de suelo para el Casino Grand, tras de que Fajardo autorizó un permiso para juegos de azar, la responsabilidad, en todo caso, fue compartida.

Sin embargo, sobre la directora de Desarrollo Urbano se cernió una tormenta perfecta: colegios de profesionistas afectados por el nuevo código urbano, empresarios que debieron enfrentar mayor rigor de la dependencia encargada por Sheffield de “poner orden” y los enredos derivados de la proliferación de casinos.

Gina Morfín no se va por sus errores. En todo caso, paga los platos rotos de haber intentado darle seriedad a la consigna de campaña del hoy alcalde. Su salida pondrá contentos a muchos, sobre todo entre aquellos que medraban con el anterior desorden en la planeación urbana del municipio. Su tarea ha quedado inconclusa y quien la releve difícilmente se animará a seguir su ejemplo.

Ya vendrán los nuevos profetas de los tiempos electorales, incluida la propia Mayra Enríquez, a ofrecer poner orden, tal y como lo hizo Ricardo Sheffield, sabiendo en el fondo de su conciencia que difícilmente podrán hacerlo. Lamentablemente.

arnoldocuellar@zonafranca.mx

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