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Es Fox, qué le vamos a hacer

In Análisis Político on agosto 29, 2011 at 4:16 am

A las personas en general, pero más aún a los políticos, quienes  los tienen en buena estima suelen sugerirles que no es conveniente hablar antes de pensar lo que se va a decir. Evidentemente, al ex presidente Vicente Fox nunca nadie se lo recomendó o, si alguien lo hizo, decidió palmariamente no hacer caso.

El primer ex presidente no priista de la historia moderna de México debería constituir algo así como un personaje histórico, un patrimonio del país. Una figura de esa naturaleza ya no tendría porqué intervenir en los debates sobre los temas más álgidos de la vida pública, pero bien podría asumir un papel de guía moral de la sociedad, con la vista puesta al futuro.

No pasaba así con los presidentes de la época priista, cada uno de los cuales enfrentó el embate de sus predecesores, como a su vez lo habían hecho ellos con sus antecesores. El mecanismo del dedazo envenenó cualquier tipo de herencia de una administración a otra durante el priato.

Muy a menudo, los presidentes en funciones tomaron represalias, políticas e incluso penales, contra algún funcionario prominente de la administración anterior y cercano al ex presidente. Cada ex mandatario, por su parte, marcó deslindes con su sucesor, de maneras menos discretas cada vez.

Esta historia de venganzas y parricidios políticos tuvo su culminación con el exilio de Carlos Salinas de Gortari, el encarcelamiento de su hermano Raúl Salinas y el linchamiento de ese gobierno en un clima social de resentimiento auspiciado por el nuevo mandatario, Ernesto Zedillo, todo ello después de el ominoso asesinato de Luis Donaldo Colosio en campaña.

Sin embargo, esa historia se vio interrumpida con el inicio del nuevo milenio, al ganar Vicente Fox Quesada una presidencia de la República que, por primera vez en setenta años, no le era heredada por el presidente saliente, sino otorgada por los votos de una sociedad civil que se insurreccionó cívicamente.

El guanajuatense Fox tuvo en sus manos la posibilidad de dar inicio a una reforma profunda del país y llevar a cabo una presidencia histórica. Por diversas razones no lo hizo y excedería el límite de este artículo explicar porqué.

Baste decir que en la raíz de sus indecisiones se encontraban deficiencias personales como el desconocimiento del Estado y sus mecanismos; temores personales; una gran frivolidad; y, algo no menor, la influencia de su segunda esposa, Martha Sahagún, quien potenció los peores defectos del ranchero de San Francisco del Rincón.

Y aunque el país no le explotó a Vicente, ayudado por el bono democrático que significó haber derrotado la larga hegemonía del partido de estado, si podemos considerar que buena parte de los problemas que hoy enfrenta el país se incubaron en esos seis años que más que de gobierno fueron de interregno.

Por eso y por un elemental sentido de la decencia, sería muy sano para el clima social, pero sobre todo para el propio Fox, que el ex presidente permaneciera al margen de debates sobre temas como el de la inseguridad y el auge de la delincuencia organizada.

No ocurre así, sin embargo. Y las opiniones de Fox no sólo resultan inmorales, sino que entran de lleno al terreno de la estulticia y la simplificación.

Nadie le niega al ex presidente, que tuvo en sus manos información al más alto nivel no sólo de las instituciones mexicanas, sino muy probablemente también de las norteamericanas, que se horrorice como cualquier hijo de vecino ante un acontecimiento como el incendio del casino de Monterrey y su secuela de muerte y destrucción.

Lo que ya no se vale es que así, horrorizado, abra la boca para proponer “llamar a un grupo de enlace de expertos en el tema que convoque a los grupos violentos a una tregua y valorar la conveniencia de una ley de amnistía.”

Lo peor de todo, es que Fox no tomó ningún decisión de ese calibre, en cualquier terreno de los asuntos públicos, cuando gobernó y tenía a su alcance toda la parafernalia disponible en las instituciones del Estado.

Ya no digamos enfrentar al crimen organizado, ni siquiera le puso un freno a Elba Esther Gordillo o a Carlos Romero Deschamps, las tepocatas del corporativismo sindical al servicio del PRI, con quienes pactó a quienes les otorgó un margen de maniobra mayor al que tuvieron en el pasado.

O a lo mejor Fox es congruente y los equivocados somos nosotros: allí sí pactó una tregua y decretó una amnistía, gracias a lo cual tuvo un gobierno de ensueño, aunque haya saboteado la transición democrática: Pecata Minuta.

Pero ahora que carece del panorama actualizado sobre la descomposición de los grupos delincuenciales, su opinión resulta banal, a no ser por los espacios que le otorgan los medios ya no por interés noticioso, sino prácticamente por mero morbo.

Con esa actitud, que le ha merecido reprobaciones drásticas desde todos los partidos, pero sobre todo del suyo, Fox no abona nada al debate, mucho menos se convierte en “una voz que convoca a México entero a la concordia”, como quiso autodefinirse desde el pedestal que se ha erigido a sí mismo en San Cristóbal y que cada vez más se convierte en un monumento al patetismo, útil solamente para desde allí hacer enojar a Felipe Calderón.

Vicente Fox hizo una presidencia lamentable, quizá no peor que las de Luis Echeverría o José López Portillo, pero sí más cargada de responsabilidades por las esperanzas que depositaron en él millones de mexicanos.

Sin embargo, ante su amor por los reflectores y su resistencia a ser sólo un ciudadano respetable y respetado, le está haciendo el mayor de los daños a lo que podía haber quedado de su hazaña democrática de julio del 2000, quizá el momento más memorable de su carrera política y el último.

Botepronto

Vaya mal fario que se cargan los priistas de Guanajuato. O una parte de ellos.

Apenas hace una semana que se reunieron para tratar de influir en la decisión sobre como elegir a su candidato a la gubernatura, cuando surge el escándalo en el que se ve mencionado de manera tangencial uno de los asistentes: el ex candidato Ramón Aguirre Velázquez, beneficiario de concesiones de centros de apuesta tras su renuncia a tomar posesión como  gobernador.

Tampoco canta mal las rancheras el convocante de la reunión, Nicéforo Guerrero, quien sigue haciendo una de las gestiones municipales más desastrosas de que se tenga memoria en la capital del estado, subastando concesiones de servicios al mejor postor y agraviando ciudadanos todos los días.

Por cierto, el edil guanajuatense está a punto de ser citado en los tribunales por una deuda cercana a los 300 mil pesos con el voceador que le suministra suscripciones de todos los diarios del estado y de la ciudad de México desde hace algunos años y al que abusivamente quiere defraudar, reconociendo sólo la décima parte del adeudo y pretendiendo pagarlo con recursos públicos.

En medio de esa tragedia, lo único que se ignora es que hacían allí militantes que de una u otra manera gozan de un capital político vigente, como Bárbara Botello, Juan Ignacio Torres Landa y Miguel Ángel Chico. Sólo ellos saben.

arnoldocuellar@zonafranca.mx

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