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Políticos que quieren tomarnos el pelo

In Botepronto on agosto 1, 2014 at 3:31 am

La retórica política de estos tiempos resulta un ejercicio fútil. A los políticos de nuestros días es imposible creerles. Ya hasta el beneficio de la duda se convierte en un ejercicio cuesta arriba.

Sin embargo, los protagonistas de esa tragicomedia son los que menos parecen darse cuenta del asunto y por ello continúan haciendo el ridículo, lo que sería divertido, si no resultara simplemente indignante, por la cantidad de tiempo que pierden y que nos hacen perder, simulando que gobiernan.

Hoy les dejo dos ejemplos del día de actuaciones de nuestros principales representantes públicos donde el ejercicio de la simulación no se limita a exhibir la incongruencia, sino que seguramente nos deparará graves daños como sociedad.

Tolerar políticos ineficientes es ya un ejercicio de paciencia al que nos hemos acostumbrado, o mejor dicho, resignado. Pero soportar a funcionarios pagados (muy bien) con nuestros impuestos para que se dediquen al innoble arte de intentar tomarnos el pelo, sin lograrlo por cierto, es una penitencia que no merecemos por más mal que nos hayamos portado.

Pero vayamos a las historias.

Márquez: honestidad, solo 10 letras

El gobernador de Guanajuato llegó al cargo constreñido por la obligación de mostrar que no era como su antecesor, Juan Manuel Oliva. Que no ocultaba cosas, que no malversaba fondos públicos, que era un muchacho bien portado.

El discurso enfático de la transparencia fue rápidamente sustituido por el de la honestidad y los valores. De la política pública se pasó a la moral privada, lo que resulta lógico, pues la política es siempre medible en sus resultados, en tanto que la moral es un asunto de subjetividad.

Hoy, la divisa que pretende enarbolar el gobierno para presumir su corrección es la de honesto, cuya definición en el Diccionario de Uso del Español de María Moliner, dice: “Aplicado a las personas y a sus palabras y actos, incapaz de engañar, defraudar o apropiarse de lo ajeno. Cumplidor escrupuloso de su deber o buen administrador de lo que tiene a su cargo.”

Esa es precisamente la parte que no checa con decisiones como la de designar a Román Cifuentes Negrete, ex secretario particular de Juan Manuel Oliva, como delegado de Educación en el norte del estado.

Resulta evidente que el también operador de la fallida campaña por la dirigencia nacional panista y brazo de las maniobras políticas y electorales del exgobernador, no tiene experiencia previa alguna en el tema educativo.

Por lo demás, Cifuentes quedó desempleado en estos días y al exgobernador se le había agraviado con el despido de Francisco Javier Zavala de la delegación de la SEG en León, por lo que se antoja la decisión de Márquez como una compensación a su expatrón.

Usar la nómina gubernamental para hacer favores políticos o incluso personales no es algo que cause extrañeza en este país ni en este estado.

Sin embargo, resulta agraviante que cuando se vive una ola de problemas en el sector educativo, donde a los temas ancestrales del rezago escolar y el bajo rendimiento académico se suman cuestiones como el bullying y la violencia sexual de docentes contra alumnos, se insista en la carencia de perfil en los nombramientos técnicos y usar la nómina de la educación para hacer favores políticos.

¿Resulta esa una muestra de “honestidad” en el ejercicio del gobierno? ¿identificamos allí un cumplimiento “escrupuloso del deber” o “una buena administración de lo que se tiene a cargo?

Resulta muy fácil postular el cumplimiento de los valores mediante campañas de promoción a cargo del erario.

En cambio, parece enormemente complicado predicar con el ejemplo.

Botello: mentir y desdeñar, la marca de la casa

La alcaldesa de León quiere que el ejército nacional venga a León a componer el desastre que ha organizado en el servicio de recolección de basura de la ciudad.

Se ha dicho hasta el cansancio que el hecho de haber provocado un problema complicado donde no existía ninguno solo puede tener como explicación algún tipo de componenda económica entre los nuevos concesionarios del servicio de limpia y los actuales funcionarios del municipio.

Resulta un enorme despropósito que una administración que solo dura tres años y que dilapidó la confianza ciudadana obtenida en las urnas en unos cuantos meses, comprometa el futuro de la ciudad y sus habitantes por 20 años, como ocurrió en la concesión el servicio de limpia.

Pero aún más grave es que ese compromiso se haya fincado en una asignación directa, carente de transparencia.

Y como si algo faltara, el proceso de transición entre los anteriores y los nuevos concesionarios se llevó a cabo en medio de afrentas y provocaciones, acusando de enriquecimiento a los proveedores de un servicio de años, como si los nuevos concesionarios lo fueran a hacer gratis, cuando en realidad serán más caros que los desplazados.

En medio de este ejercicio de arbitrariedad, de opacidad, de innecesaria belicosidad, en suma, de antipolítica, han surgido tensiones que resultan casi naturales. Los concesionarios desplazados del servicio han ejercido su derecho a manifestarse y a inconformarse, siempre por la vía pacífica.

Ahora, cuando las cosas se vuelven complicar,  a un mes de que se produzca el relevo en el servicio, la alcaldesa ha salido a anunciar la presencia del ejército en las calles del León, con el pretexto de una presunta agresión a un vehículo deudo de los nuevos concesionarios.

Resulta un despropósito en toda regla. En primer lugar, el aparente atentado se realizó desde el lunes y solo fue conocido este jueves como resultado de una filtración a un diario local. No se ha informado si hay una denuncia ante el Ministerio Público, no se han presentado testimonios documentales o testigos de los hechos.

Pero ya se anuncia la presencia de las Fuerzas Armadas.

No se ha pensado en llamar al ejército cuando la ciudad se ha visto afectada por olas de ejecuciones, como ocurrió a principios de 2013. No se ha manejado esa medida ni siquiera como posibilidad cuando la policía de León se vio afectada por el despido del 40 por ciento de sus efectivos, tampoco cuando han aumentado las rachas de robos.

Hubiera sido provechoso tener al ejército en las calles durante los festejos por los campeonatos del León, en donde la ciudad quedó a merced del vandalismo de seudohinchas que pasaron, en rápida sucesión, de la euforia al desmadre y al saqueo, sin que una diezmada y atemorizada policía municipal se atreviera a intervenir.

La reacción no se dejará esperar. Los ciudadanos leoneses pueden ser sorprendidos una vez, pero no siempre. Sería un exceso que se pagaría muy caro que el gobierno federal destinara piquetes de soldados a tratar de reparar los errores políticos de una alcaldesa que ha hecho de la soberbia su bandera y del desdén un método de relación con los ciudadanos.

A manera de conclusión

Y, a todo esto, ¿los políticos creerán que alguien se las cree?

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