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Peña Nieto no sabe qué hacer con Guanajuato, ¿o si?

In Análisis Político on enero 20, 2012 at 2:33 am

Al final del día, la elección nacional del 2012 se compone de cada una de las elecciones locales que se llevan a cabo ese día. El aparente fervor estadístico que se registra por Enrique Peña Nieto no se traducirá en votos si no se tiene en cuenta a los aparatos y las estructuras partidistas que se moverán en las diversas entidades de la República.

Así le ocurrió a Felipe Calderón en 2006, que gracias a la ayuda de Elba Esther Gordillo y a sus propios pactos con los gobernadores priistas, logró salvar votos marginales en estados donde el PAN no aparecía con mayores posibilidades, para lograr la gran suma que le permitió rebasar en la recta final a Andrés Manuel López Obrador, por una nariz. Todo ello, no hay que olvidarlo, en detrimento de Roberto Madrazo.

Ese es el tejido fino en el que debe soportarse la pirotecnia de las encuestas, hasta la fecha totalmente favorables al exgobernador mexiquense. El tramado no es otra cosa que ingeniería política: amarres con los operadores locales, incorporación de cuadros representativos y alianzas con otras fuerzas.

En el caso de Guanajuato, la fuerza moral que Peña Nieto representa para los priistas locales, todos sometidos al encanto del poder por venir, no ha sido utilizada, hasta ahora, para encauzar las disputas tribales que han asolado a este partido por años y ninguna de las cuales tiene más fondo que las más rampantes ambiciones personales.

Aquí se perdió el tiempo de manera miserable durante los meses que Humberto Moreira presidió el PRI. Para empezar la entregó la representación del CEN en Guanajuato a Gerardo Sánchez a través de un cuadro de bajísimo nivel: Francisco Santillán, que lo único que hizo fue exacerbar divisiones apoyando a un grupo en contra de otro y sabotear a la dirigencia formal en la entidad.

Probablemente era necesario equilibrar la hegemonía que venía alcanzando Francisco Arroyo Vieyra en las estructuras priistas, pero para hacerlo no era necesario hostilizar a José Luis González Uribe.

Sánchez le ofreció a Santillán hacerlo candidato a diputado a través de la influencia de la CNC, lo que convirtió al delegado en un verdadero apache en guerra que no contribuyó y en cambio si empeoró cualquier intento de pacificación.

Ahora, con el PRI dividido, con las estructuras repartidas y con trincheras cavadas por todos los grupos, se pretende consensar un candidato de unidad. La tarea resulta imposible.

Quizá por eso, Juan Ignacio Torres Landa, el más probable beneficiario de una designación a dedo, ha buscado refugio en los ámbitos empresariales y ha formulado una estrategia de acercamiento con la sociedad civil, incluyendo segmentos fuertemente empanizados, para evitarse los dolores de cabeza de un partido fragmentado.

Sin embargo, desde la ciudad de México nadie hace llamados a la cordura, nadie encabeza negociaciones concluyentes y nadie encauza el proceso, que sigue corriendo en aguas broncas.

Arroyo Vieyra, quien sería altamente sensible a una convocatoria directa de Peña Nieto, se aprovecha de esos silencios para continuar agitando la estructura que ha construido.

El retraso en la toma de decisiones y acciones en un partido que sigue dependiendo patéticamente del centralismo, amenaza contaminar el desarrollo de las contiendas internas para elegir senadores y diputados. Una inflación de registros y un rosario de asambleas de delegados perfectamente amañadas, podrían ser la antesala perfecta para una nueva crisis priista.

Se trata, como se sabe, del estado más panista del país, del único donde el PRI aparece empatado con el PAN, pues en el resto del país gana y en buena parte de las entidades arrasa.

Quizá se trate de eso. En un eventual triunfo generalizado del PRI puede ser sano preservar vías de escape para la presión postelectoral y la negociación de la gobernabilidad de arranque.

Quizá no sea omisión, sino plan: Guanajuato debe ser garantizado para el PAN, a fin de evitar el fantasma antidemocrático del carro completo. Para eso, no estorba que los priistas locales se sigan haciendo pedazos pues puede tratarse de peones prescindibles en el tablero.

También puede ser otra cosa: que Peña Nieto y su equipo no cuenten con la capacidad política necesaria para reconducir al PRI a sus viejos estándares de disciplina: el país puede no ser el Estado de México y a ello podría deberse que la crisis priista no sea privativa de Guanajuato, como ya asoma aquí y allá.

Hoy todas las posibilidades están abiertas, como lo seguiremos viendo.

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