Si se parte de la premisa básica de que ningún poder es para siempre, no sólo en las democracias donde ese principio es una piedra angular, sino incluso en las dictaduras como nos lo recordó brutalmente el episodio ocurrido en Libia ayer mismo, la aparente recuperación lograda por el gobernador Juan Manuel Oliva con la decisión del CEN del PAN de designar los candidatos al senado, debe ser vista con cautela.
Sin lugar a dudas, el mandatario local se cobró varios agravios del grupo cuya cabeza visible parece ser el ex dirigente de su partido en la entidad, Fernando Torres Graciano, particularmente las dos derrotas sufridas a mediados de año en la definición de la sucesión en la cúpula panista en Guanajuato.
No fue, desde luego, una maniobra en la que Oliva haya ido solo, sino que formó parte de una ofensiva más amplia a la que no es ajeno el presidente Felipe Calderón, que busca sacar a cómo de lugar la candidatura de Ernesto Cordero, su ex secretario de Hacienda para la cita presidencial del año próximo.
El político guanajuatense, como muchas ocasiones en el pasado, supo estar en el lugar y en el momento en que se tomaron las decisiones, las cuales coincidieron con sus intereses más inmediatos y a las que se sumó seguramente con entusiasmo.
Sin embargo, en todo este periplo lo que ha quedado totalmente al margen es la idea central de quién puede representar la mejor opción para el PAN en la contienda contra Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, como parecen prefigurar los principales escenarios previstos.
Porque en la batalla panista, por lo menos en lo que hace al activismo de algunos cuadros como Juan Manuel Oliva, lo que importa no es tanto la idoneidad del candidato, sino su propio prestigio como operador al interior del partido.
La maniobra de reservarse la mitad de los distritos electorales para designar candidatos a diputados, así como las senadurías de 24 estados, no parte de ningún interés estratégico para el PAN, sino de un afán meramente táctico para darle margen de maniobra a un aspirante que no crece en las encuestas y que tampoco parece estar recibiendo la aceptación de los panistas de a pie.
Toda proporción guardada, recuerda la cadena de decisiones que llevó a Roberto Madrazo a ser el primer candidato del PRI que cayó en el tercer lugar en una elección presidencial, al subordinar el afán de ser candidato a todas las demás consideraciones, incluyendo la de reposicionar al PRI.
La mano dura de Felipe Calderón, que vaya que la tiene y la sabe usar, acompañada de las complicidades y los pequeños rencores de la burocracia panista y de los gobernadores, puede colocar al PAN e una situación de postración, de la que difícilmente lo rescatará el «carisma» del tecnócrata Cordero.
Pero antes de llegar a ese trance, pueden ocurrir otras muchas cosas. Una de ellas, por ejemplo, que la aspirante mejor posicionada, Josefina Vázquez Mota, logre capturar el espíritu de insubordinación y autonomía tan característico del PAN en un pasado no tan lejano, y crezca su captación de voto militante incluso para sobreponerse a la maniobra envolvente del calderonismo, centrada sólo en cabecillas políticos que pueden ver afectada su capacidad de influencia.
La decisión de la comisión nacional de elecciones, a la que por cierto prácticamente nadie le concede autonomía salvo los beneficiarios de la misma, constituyó una apuesta riesgosa que tiene únicamente dos salidas posibles: sacar adelante a Cordero aunque lesione la unidad y la moral interna del PAN, haciéndolo llegar mermado a la campaña; o fracasar y ver como triunfa una Josefina que estará doblemente motivada.
En ambos casos, como se ve, lo que algunos toman como el reposicionamiento del margen de maniobra político del gobernador Oliva no pasará de ser un momentáneo respiro antes de enfrentar lo inevitable: el ocaso del lugar que ha ocupado por más de una década como el factótum del PAN y, con ello, como el hombre más poderoso en Guanajuato.